Me escribe un lector:
"Me interesaría muchísimo que Vd. escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)".
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyUp2kVIIwiCW-j4Isa87aHBQjXcHbyIafGgqjpgDJFZ-lhyphenhyphenp1aZkX6JgUB3XCActISfb5cLMdfZfmN1uZIYvseWOp8ju0LRRFWj0XbQoc7VQRaWaz78YD8aW2ckpPWPcV9Myp9viW2Q/s320/libros.jpg)
NO LE PIDE NADA EL CUERPO...
Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universidades; no habría hogar que, en estante de honor, no tuviera ese libro que usted pide. ¿Se da cuenta?
No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos.
Aguafuertes porteñas (Roberto Arlt, 1933).